Relación entre hermanos
Las relaciones entre los hermanos/hermanas.
Francisco Gómez Gómez
Cómo resolver conflictos los familiares
Gómez Gómez, Francisco y García Villaluenga, Leticia y Bolaños Cartujo, Ignacio y Garrigós Tembleque, Silvia y Hierro Requena, Miguel y Tejedor Ureta, Mamen (2010) (Guía elaborada por: El Instituto Complutense de Mediación y Gestión de conflictos)
Dirección General de Familia, Comunidad de Madrid
La relación entre hermanos constituye una referencia importante para las demás relaciones
Los hermanos, después de los padres, probablemente son las personas que más huella nos dejan, pues con ellos compartimos nuestra infancia, nuestra adolescencia y los momentos más importantes de nuestra vida familiar. Ellos forman parte de nuestro desarrollo y determinan en buena medida nuestras relaciones interpersonales.
La relación entre hermanos supone una referencia importante para las demás relaciones. Si reflexionamos un poco, no nos será difícil encontrar ejemplos de cómo con nuestros amigos, con nuestras compañeras de trabajo o incluso con nuestras parejas a veces actuamos de forma parecida a como lo hacemos con nuestros hermanos. Así, un amigo puede hacer en determinados momentos de “hermano mayor o pequeño”. Lo mismo puede ocurrir en el trabajo. Y esto pasa incluso aunque no tengamos hermanos.
También es habitual que el hijo o hija mayor, al nacer su hermano, sienta que deja de ser el centro de atención de sus padres, que ahora deben ocuparse del nuevo bebé. Ello puede originar celos entre los hermanos y, probablemente si echamos la vista atrás intentando recordar cómo fueron para nosotros esas relaciones, comprendamos cómo aún pueden continuar influyéndonos o, por el contrario, ya no suponen ninguna dificultad.
En las relaciones con nuestros hermanos aprendemos a convivir, luchar, compartir, jugar… y a resolver nuestros conflictos
La relación entre hermanos a lo largo de su vida está muy influida por la que tienen los padres entre sí y con los demás. Es muy frecuente observar cómo en las familias se repiten las formas de relacionarse de una generación a otra. Así, podemos comprobar cómo en una familia en la que sus miembros se reúnen muy a menudo, esa sea una costumbre que ya tenían los abuelos, que se mantiene con los padres y que seguramente se reproducirá en los hijos. Esto no debe extrañarnos, porque una parte importante de nuestro aprendizaje sobre cómo relacionarnos con los demás se produce en nuestra familia. En realidad, en nuestra primera infancia y en las relaciones con nuestros hermanos aprendemos a convivir, luchar, compartir, jugar… y a resolver (o no) nuestros conflictos.
Una parte significativa de la relación que los hijos tienen con sus hermanos tiene como referencia la manera en que se relacionan los padres. Si somos capaces de ver esto, habremos comenzado a poner unas bases sólidas a la hora de poder afrontar o asumir los conflictos que surgen entre nuestros hijos y con nuestros hijos. Así, si los padres piensan un poco en cómo es su manera habitual de arreglar las cosas cuando surgen problemas entre ellos, no les será difícil identificar en sus hijos maneras similares de actuar y quizás ello les permita comprenderlos y ayudarles un poco más. La vida de cada uno de nosotros es como un camino hacia la superación y el crecimiento y, en dicho sentido, los hijos son como “una etapa o capítulo” más para el crecimiento y la evolución en la vida de los padres. Observando cómo nuestros hijos resuelven sus diferencias y ayudándoles a que lo hagan, también aprendemos sobre nosotros y sobre nuestra propia manera de hacerlo.
Es habitual que el hijo o hija mayor, al nacer su hermano, sienta que deja de ser el centro de atención de sus padres
No hay que desesperarse. Incluso, aunque a los padres les cueste cambiar una determinada manera de actuar (ante una discusión, por ejemplo) pueden reconocer dónde fallan y transmitir a sus hijos algo diferente. Los hijos no reproducen inevitablemente nuestros errores. Si, cuando éstos se producen, los reconocemos, ellos pueden aprender algo positivo. Y nosotros también.
Alex y su hermano José desde muy pequeños pelearon entre ellos por cualquier cosa, peleas que también se repitieron con el menor de los hermanos. Cuando no eran capaces de resolverlo por ellos mismos o cuando uno de ellos perdía en las peleas que mantenían, recurrían a uno de los padres solicitando que interviniera para desequilibrar así la batalla a su favor. Lo mismo ocurría con los hijos de Alex.
No todos los padres tienen la misma capacidad de tolerar las disputas entre sus hijos. Algunos actúan nada más subir la tensión, otros cuando se produce el primer grito o la primera queja. Hay quienes no hacen nada, excepto cuando la situación puede terminar en violencia. Lo difícil es saber qué hacer y cuándo, y para eso no hay recetas. Cuando los padres sienten que no saben cómo hacer parar solucionar los conflictos entre sus hijos, en la mayoría de las ocasiones lo mejor que pueden hacer es no hacer nada. Esperar un poco más. Las disputas entre hermanos pueden ser algo natural, no hay que darles mayor importancia. Eso quiere decir que no se quieran, y lo normal es que pasen en poco tiempo. Si los padres no interfieren demasiado pronto, están permitiendo que los conflictos se desarrollen y solucionen en el espacio donde corresponde, entre ellos mismos. Eso es lo esperable también en la vida adulta, que las personas manejen sus diferencias en privado, sin la intervención de terceros. Aprender desde pequeños a resolver las disputas cotidianas, nos da herramientas para hacerlo a lo largo de la vida.
Sin embargo los padres deben tener en cuenta que: Poner límites es necesario. Límites para que los hermanos manifiesten sus diferencias en los lugares o sitios que les corresponden (por ejemplo, en sus habitaciones y no en los espacios comunes de las casa, disputar entre ellos cuando no están otras personas presentes…). Los límites proporcionan control y muchas veces evitan comportamientos violentos. Esto es de suma importancia, pues los hijos desde muy pequeños necesitan límites de sus padres y de los demás adultos. Estos no sólo proporcionan control, también seguridad en su crecimiento como personas.
Una de las cuestiones más importantes en las relaciones entre hermanos es poder compartir juegos, experiencias, recuerdos e íntimos momentos familiares.
Para que los hijos se conviertan en personas seguras cuando sean adultos, lo mejor que pueden hacer los padres es establecer límites y reglas claros, aunque flexibles en el sentido de que deben ir evolucionando o cambiando en la medida que los hijos vayan haciéndose mayores y responsables de su vida. Los límites rígidos, inamovibles, no son adecuados o no ayudarán demasiado en el crecimiento y maduración de los hijos, pues estos pueden entender que nunca lograrán controlarse por sí mismos y que siempre necesitarán la norma que les diga lo que tienen o no tienen que hacer. Pero debe tenerse cuidado, porque la existencia de límites siempre será mejor, por muy poco útiles que parezcan, que una falta total de ellos o de reglas de convivencia familiar.
Cuando Alex y José peleaban en el salón de casa, su padre siempre les indicaba que fueran a su habitación hasta que resolvieran sus diferencias. Por su parte, la madre intervenía frecuentemente queriendo ayudarles a resolver sus conflictos sin conseguirlo. Sin darse cuenta, tomaba partido a favor de uno de los hijos lo que empeoraba las cosas y, lo que aún era peor, creaba situaciones de crispación que, a veces, dificultaban la convivencia entre ellos.
Los padres deben estar atentos y procurar no demostrar favoritismos.
No existen recetas ideales sobre las conductas más adecuadas para aplicar a los hijos. La vida supone un continuo proceso educativo, basado en aprender de los errores. Nos equivocamos y ello nos permite avanzar, aunque a veces nos cueste varios intentos. De ahí el refrán castellano que dice que “el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra”. Aunque la mayoría de los padres quiere que sus hijos no cometan los mismos errores que ellos cometieron cuando tuvieron su edad, muchas veces no pueden evitar que eso ocurra. Pero, como seguramente les pasó a ellos, sus hijos también aprenderán de esa experiencia. Si los padres hacen todo lo posible por evitar que sus hijos se equivoquen, esa protección no les permitirá tener la experiencia de arreglar las cosas por sí mismos y rectificar cuando sea necesario, algo que a la hora de resolver los conflictos es bastante imprescindible.
Iria siempre estuvo más pegada a sus padres que su hermana mayor. Incluso ha vivido cerca de ellos y, como trabaja, son sus padres los que se ocupan del cuidado de sus hijos, lo que le crea sentimientos encontrados entre su papel de madre y de hija. Ella cree que sus padres la tratan como una niña, en vez de verla como una madre adulta.
El orden de nacimiento tiene una influencia en la relación entre los hermanos. El que nace primero disfruta de un estatus que pierde con la llegada del segundo hijo, el cual nunca logrará lo que tuvo el primero hasta que él nació (ser hijo único durante un tiempo). Este hecho, que se repite con los hijos siguientes, el tercero, el cuarto, etc. respecto a los demás nacidos anteriormente, resulta bastante determinante a la hora de comprender las relaciones que se dan entre los hermanos. En las relaciones con nuestros hermanos aprendemos a convivir, luchar, compartir, jugar… y a resolver nuestros conflictos.
Alex tenía tres años cuando nació su primer hermano y siete cuando nació el segundo. Siempre han sentido entre ellos que a los otros les daban más que así mismos, o tenían más suerte, o eran los preferidos o simplemente cada uno de ellos hubiera querido estar u ocupar el lugar del otro hermano.
El orden, la jerarquía, significa que los hermanos no son iguales en todo, aunque sólo sea por la edad. No se les suele conceder los mismos derechos ni los mismos deberes. Posiblemente el más pequeño no puede ver los mismos programas de televisión que el mayor, ni a las mismas horas. Tampoco colaborará en casa haciendo las mismas tareas. Pero los dos tienen derecho a ver la televisión y los dos tienen tareas. En eso sí son iguales.
La edad condiciona proporcionalmente las responsabilidades de cada uno. De esta manera, el o la mayor marca las pautas de los demás, lo que le posiciona en una condición distinta frente a los padres. Ellos, por su parte, deben esforzarse para que todos los hijos sean reconocidos en su lugar y que los medianos no se sientan menospreciados. El respeto en el orden de los hermanos es un paso importante para ayudarles a responsabilizarse de los conflictos que surjan entre ellos y para suavizar sus disputas.
Tal vez, una de las cuestiones más importantes en las relaciones fraternas sea la posibilidad de poder compartir entre ellos multitud de cosas. Los padres pueden hablarles de la suerte que tiene cada uno al tener hermanos, del privilegio de poder recibir y darse entre ellos tantas cosas, sobre todo aquellas que por ser intangibles son las más valiosas, desde tener compañeros/as de juego hasta poder compartir experiencias, recuerdos e íntimos momentos familiares.
A Iria y a su hermana siempre les gustó rememorar entre ellas sus recuerdos de los momentos familiares vividos, en los que tanto disfrutaron. Ahora que son adultas siguen valiéndose de la memoria para continuar con dicho regocijo. En cambio, sobre aquellos otros momentos que no les resultaron tan agradables, siempre tienen la oportunidad de revisar y aclarar las cosas mediante la posibilidad de sentir alegría entre ellas recordando lo ocurrido. Los recuerdos las unen y las unirán siempre.
Los hijos suelen luchar, desde su más temprana edad, por lograr el amor de sus padres. Tanto es así que, el propio crecimiento personal de cada uno se realiza a partir de la propia pertenencia al sistema familiar. Cuando el hijo o la hija pueden sentir que pertenecen a su familia, que son aceptados y queridos, también pueden entonces ser más ellos mismos. Eso es lo que los psicólogos denominan individuación. Por su parte, los padres suelen decir que quieren por igual a todos sus hijos; y eso seguramente sea cierto en cuanto a la intensidad, pero no en cuanto a la forma. Cada hijo nace en momentos diferentes. Los padres ya no son los mismos cuando nace el segundo que cuando nació el primero. Con éste han aprendido cosas que no sabían, y con el segundo aprenderán otras. El cariño hacia ellos no es mayor o menor, pero sí es diferente. A veces las formas de manifestar el cariño también son distintas por razones que pueden generar recelos entre los hermanos. Los padres deben estar atentos y procurar no demostrar diferencias basadas en favoritismos claros por el hijo más “bueno”, el más “guapo” o el más “listo”. ¿Cómo se sentirán los hermanos ante muestras de ese tipo? Cuando nace el primer hijo suele mostrarse apegado, sobre todo a su madre, por sus primeras necesidades. Pero, en la medida que crece, puede permanecer apegado a ella o apegarse más al padre. Cuando nace el segundo hijo o hija, se repite el mismo proceso, pero las cosas ya no son iguales. La rivalidad por el cariño de los padres es uno de los primeros conflictos de nuestra vida. Hay muchas maneras de resolverlo. A veces el segundo desplaza al primero (llorando, llamando la atención, desarrollando enfermedades…) y a veces no lo consigue. El que se siente desplazado puede buscar al padre “más libre”. Así, los hijos se vinculan a uno y otro padre progresivamente. A lo largo de su crecimiento unas veces están más próximos a uno y otras veces a otro. A veces se alían con uno más que con el otro. Esto es normal en el cuidado y crecimiento de los hijos hasta la edad adulta, en la que puede ser una dificultad para los hijos si se les impide independizarse de los padres.
Con el “juego” de las alianzas y las exclusiones, los hijos van aprendiendo a disfrutar de lo que sus padres son capaces de transmitirles y, lo que es más importante, pueden reconocer y aceptar las diferencias con sus hermanos, lo que conlleva el propio reconocimiento y el de las dos culturas familiares que supuso la creación de la pareja de sus padres cuando se casaron. Las lealtades a cada una de dichas culturas favorecen el buen clima relacional entre los hermanos. Lo contrario genera conflictos entre ellos difícilmente abordables o resolubles en el día a día de la convivencia.